Un centro comercial devastado, con luces titilando como en las mejores películas de terror. En el patio principal, una pantalla gigante rajada mostraba la publicidad de los “Superpolicías”, repitiéndose continuamente.
… la seguridad en su punto máximo…
Detrás de un puesto abandonado, un hombre de gran contextura física estaba acurrucado como un niño, sentado en el suelo abrazando sus rodillas. Su pelo desaliñado y su cara repleta de cicatrices dejaban claro que sus últimas semanas no fueron las mejores.
... disminución de la delincuencia al 0% en el último año…
El hombre respiraba con dificultad. Un golpe en las costillas le impedía llenar completamente sus pulmones. ¿Alguna costilla rota? Intentó una bocanada de aire, pero la sangre que emanaba le provocaba arcadas, empeorando la situación. Como aquellas gacelas que quiebran sus rodillas al escapar de un león, intentó recuperarse cerrando los ojos, buscando tranquilidad dentro de sí.
Pero era imposible. Sabía que en cualquier momento iban a aparecer...
... un clon cada 3 calles, accionado por los policías desde la comisaría central en caso de delito…
Esas palabras lo apuñalaban inconscientemente, intentó taparse los oídos para no escuchar, pero el arma en su mano derecha no se lo permitía. Odiaba esa desesperanza contra la que no podía luchar más. Solo le quedaban dos balas, su placa y su vasta experiencia, que, por supuesto, no le iban a ayudar en esta supervivencia.
... con la última tecnología en armamentos y radares para la ubicación de…
Esa era una de las pocas ventajas que tenía: los radares y las cámaras no funcionaban en esa zona. 5 policías se sacrificaron para lograrlo... un precio muy caro. Pero gracias a eso, él estaba vivo. Y hasta donde sabía, otros 11 policías también. Deseaba con todas sus fuerzas que lo estén. Aunque a cada segundo que pasaba, la esperanza comenzaba a esfumarse como los últimos rayos de sol en el ocaso.
Intentó recordar el entrenamiento. Las imágenes eran borrosas, pero de a poco volvía la concentración, al ritmo de una respiración cada vez más pausada. La mente fría... era la gran virtud de los Superpolicías. Sin embargo, cuando las condiciones son tan desfavorables, es difícil lograrlo. Escupió hacia un costado, en parte para limpiar la sangre de la boca, pero sobre todo para expulsar alguna parte del miedo que sentía.
Se animó internamente y miró por encima de la mesada rápidamente. No vio a nadie. Tampoco vio nada útil. Solo esa pantalla con esa propaganda que detestaba. “Los Superpolicías”. Esos días de gloria pasaron a ser un recuerdo lejano, transformados en frustración y decepción. Se suponía que ellos eran los guardianes de la ciudad, y hoy eran las presas que huían y se escondían como ratas.
... los clones realizan los movimientos exactos indicados por los sensores en la ropa de los policías, sin el peligro de que estos sean lastimados…
Esa era la gran ventaja táctica respecto de los malhechores. Los Superpolicías comandaban a distancia las operaciones. Solo tenían que moverse en el predio holográfico, en el cobijo de la Comisaría Central, y los clones repetían con exactitud dichos movimientos. Si caía un clon, se reemplazaba con el más cercano y se continuaba con la persecución. Así es muy sencillo mantener la mente fría...
El movimiento de una sombra en el reflejo de una vidriera cercana alertó al policía. “Maldición…” pensó. Calculó la dirección de donde provenía ese movimiento, juntó valor y se arrastró sigilosamente hacia otro mostrador cercano, bastante más cubierto que el anterior. Si era un clon, lo mejor era evitarlo. Los terroristas ya demostraron ser hábiles en la conducción de clones. Y además, si descubrían su posición, vendrían muchos más.
... las armas con tecnología de punta aseguran la victoria de nuestros Superpolicías…
Apretó los dientes con bronca, contuvo el impulso de golpear el suelo. Tenían todo para ganar, pero los terroristas fueron más astutos. Los tomaron por sorpresa, con un plan infalible y un soporte económico muy sospechoso. Tenía sus teorías sobre quiénes habían sido los que apoyaron este golpe, pero no sabía nada acerca de los que lo llevaron a cabo.
Un escalofrío mortal le recorrió la columna cuando escuchó unas pisadas acercándose hacia el lugar donde él se encontraba. Se colocó en cuclillas, esperando el momento ideal para atacar. El problema no era pelear contra el clon, ya que más que una cámara encima no debería tener, por lo que el terrorista que lo condujera estaría casi ciego. No, el problema era ser descubierto y que fueran en número a buscarlo.
Volvió a repetirse para sus adentros: “Mente fría…”
Repentinamente, para tomar al clon por sorpresa, se deslizó por el suelo resbaladizo sobre su costado izquierdo, permitiéndole estar en movimiento, con ambas manos sobre su arma y su mirada en la mejor posición de ataque. Aparecer por debajo es una de las mejores acciones ofensivas…
Sin embargo, todo sucedió tan rápido que casi no logra frenar su disparo. Lo logró gracias a que la cabeza del individuo estaba mucho más abajo de lo que había calculado. No era un clon, era un niño.
No se asustó, no gritó, y tampoco se movió. Se limitó a mirar el accionar del policía sin ningún tipo de respuesta.
El policía frenó y se quedó en cuclillas, aún sorprendido. La cabellera rubia y los ojos azules pequeños le daban un aire suave y tranquilizador, que rápidamente caló en el hombre.
—Ven aquí, niño... en silencio.- le suplicó.
El joven atinó a moverse, pero de repente su cara giró hacia su derecha. Y en su rostro se dibujó el terror. No fue necesario deducir que un clon apareció... y se dispuso a atrapar al niño.
El policía dudó, ya que no podía salvarlos a los dos. Quizás a ninguno. Pero su corazón de héroe le hizo interponerse entre el niño y el arma del clon, quién le apuntaba sin ningún tipo de emoción, como si fuera un robot que sólo cumple órdenes y no tiene ni el mínimo atisbo de moral.
Sin embargo, sucedió algo sumamente raro. El pequeño lloró, de una manera tan desgarradora y triste que, por alguna razón, frenó el ataque del clon. Y no solo eso. Luego de algunos movimientos extraños, como si estuviera siendo poseido en ese preciso instante, el clon se acercó al niño y lo abrazó.
El policía no daba crédito a lo que observaba. Esa máquina destructiva de repente era un protector, un ser que se preocupaba e intentaba cuidar al pequeño humano. Y después de unos minutos de reflexión, durante el cual el clon inspeccionaba al niño para ver si sufría algún daño mientras le tomaba de la amno, llegó a una conclusión. Una conclusión que se transformaría en la clave para ganarles.
Porque ninguno sabía tanto de los clones como el propio policía, y jamás se le ocurrió que podía utilizar eso a favor de la justicia: el llanto de los niños provoca en los cerebros de los clones una liberación de oxitocina, que simplemente los obliga a detener sus tareas y a proceder inmediatamente al cuidado y protección del menor. Algo tan simple, tan habitual, tan humano, es lo que devolvió la esperanza a la humanidad…
