El salón del juicio celestial era un lugar que escapaba a toda lógica. En sus alturas flotaban planetas en miniatura, orbitando lentamente alrededor de una luz que no venía de ningún sol. Los ángeles, dioses menores y seres cósmicos observaban desde lo alto, sus alas y cuerpos entrelazados en un vaho de resplandor puro. Frente a un inmenso trono de piedra estelar, nuestro Dios se encontraba en pie, inmóvil, mientras un silencio reverente envolvía la sala.
Frente a Él, el juez del tribunal divino, una figura vasta y solemne, con ojos que contenían galaxias en formación, se alzaba con la autoridad de milenios. En su mano sostenía un cetro que parecía hecho de tiempo mismo, susurrante con las eras que habían pasado y las que aún no habían nacido.
—Dios —comenzó el juez con voz grave—, se te acusa de haber plagiado la creación de otro dios. Tu universo, tan aparentemente grandioso, no es completamente tuyo.
Un murmullo atravesó a los espectadores. Las miradas incrédulas se cruzaban entre los dioses menores, y los ángeles susurraban. La acusación resonaba con fuerza. ¿Plagio? La idea era impensable.
—Se dice que has robado los planos de un universo anterior —continuó el juez—. Las pruebas se han presentado, y son contundentes. Cualquier defensa que tengas, este es el momento para exponerla.
Dios permaneció en silencio. A su lado, apareció Eldenios, el dios menor al que casi nadie recordaba, pero cuya creación original estaba ahora en el centro del juicio.
—Este es mi universo —declaró Eldenios, con un gesto que hizo aparecer ante los presentes una pequeña esfera de luz. Dentro de ella se desplegaba su creación: planetas perfectamente alineados, estrellas que no morían nunca, y seres que vivían en armonía sin caos ni sufrimiento.
El silencio se profundizó, y lentamente se fue deslizando hacia la incomodidad. El universo de Eldenios era... perfecto. Pero perfecto en una forma que se sentía artificial, sin alma.
—Este es el universo del que se te acusa de haber tomado los fundamentos para crear el tuyo —dijo el juez, dirigiéndose a nuestro Dios—. ¿Cómo te declaras?
Dios miró la pequeña creación con calma y luego alzó la vista hacia el juez.
—No niego que hay elementos que tomé de otros —dijo con una serenidad inesperada—. Pero lo que importa no es de dónde provienen, sino lo que hice con ellos.
Eldenios lo interrumpió, alzando la voz con un tono acusador.
—Lo que hiciste fue llenarlo de errores, de caos. ¡Tu creación está plagada de imperfecciones! Los seres que habitan en tu universo mueren, sufren. Los planetas colapsan, las estrellas se apagan. Todo lo que hiciste fue corromper lo que alguna vez fue puro. Y ese planeta Tierra es lo peor de todo.
Los murmullos entre los asistentes se intensificaron. Era cierto. Los dioses menores, los ángeles, todos sabían que el universo creado por Dios estaba lleno de fallos inexplicables. Las catástrofes, las extinciones, los agujeros negros que devoraban todo a su paso. ¿Cómo podría defenderse de esa acusación?
—Sin embargo —continuó Dios, con una leve sonrisa en los labios—, mi universo... vive.
La sala quedó en silencio. El juez frunció el ceño.
—¿Vive? —preguntó el juez.
—Sí —respondió Dios—. El universo de Eldenios es perfecto, pero estático. Sin errores, sin cambio, sin desafío. En mi universo, las estrellas mueren y nuevas nacen. Los seres sufren, pero en ese sufrimiento encuentran propósito. Nada permanece igual porque la vida no puede surgir de la perfección. La creación real necesita el caos.
Eldenios se mostró molesto, pero su voz temblaba con incertidumbre.
—¿Eso es una excusa? ¿Llamas a la destrucción y al dolor "vida"?
—No es una excusa —dijo Dios, inclinando la cabeza—. Es una realidad. Un universo que no evoluciona está muerto. Y ahora, te hago una pregunta, Eldenios: ¿cuántos seres conscientes hay en tu universo?
La pregunta flotó en el aire, pesada. Eldenios pareció confundido.
—¿Conscientes?
Dios lo miró fijamente.
—Exacto. Conscientes. Seres que piensan, que eligen, que crean sus propias historias. Porque, hasta donde yo sé, tu creación es perfecta, pero vacía. Sin vida capaz de trascender las reglas que has impuesto.
El juicio se volvió un remolino de murmullos. Eldenios dudaba.
—No… no es necesario que haya seres conscientes. Mi creación está en equilibrio perfecto, no necesita seres que cambien ese orden.
Dios esbozó una sonrisa leve.
—Pero la vida necesita el desorden para crecer, Eldenios. Necesita el caos para encontrar nuevos caminos. Lo que llamas errores son el fundamento de la evolución, la chispa que enciende la conciencia. Mi universo no es perfecto, pero ha dado lugar a algo que el tuyo jamás podría: seres capaces de crear su propio destino.
El juez observaba con interés creciente. Eldenios parecía cada vez más arrinconado. Y entonces, justo cuando parecía que Dios ganaba la batalla, sucedió algo inesperado. El juez se puso de pie.
—Interesante teoría, Creador. Pero lamento decirte que no es suficiente. El plagio está demostrado. Has tomado elementos de otro dios para crear tu propio universo, y aunque hayas añadido tus propias modificaciones, el delito sigue siendo grave. Debemos decidir ahora el castigo.
Un murmullo recorrió la multitud. Algunos ya imaginaban las posibles condenas. Pero en ese instante, el juez levantó una mano y la sala volvió al silencio.
—¿Alguna propuesta? —consultó el juez.
Eldenios, con una sonrisa maliciosa en su rostro, levantó la mano.
—Para compensar vuestro tiempo perdido, propongo un entretenimiento utilizando su universo—el dios menor hizo un gesto hacia el Creador. —. Enviemos a alguien al planeta de los humanos que Él tanto adora, y que durante un tiempo determinado ese alguien haga cosas divertidas, ridículas y confusas para ver como reaccionan y se comportan esas bestias.
El resto de la audiencia asentía a medida que avanzaba la explicación. Dios, inmutable, no dejó de mirarlo a los ojos. El juez habló, asintiendo como los demás.
—Nos agrada ese castigo. ¿Quién irá entonces?
—Como a mi también se me ha de compensar, elegiré yo—Eldenios hizo una pausa dramática, mientras todos observaban con expectativa. Luego, señaló a una de las esquinas del salón, donde se hallaba un ser diminuto en comparación con los dioses, vestido con una túnica humilde, con el rostro desgastado por el tiempo y las tareas que le habían encomendado: el encargado de la limpieza. Este levantó la cabeza al sentirse observado y saludó con una mano, sonriendo tontamente.
Hubo un murmullo inicial, seguido de un aplauso general. Era evidente que todos estaban entusiasmados con la idea.
Dios también sonrió. Sinceramente, tampoco le parecía algo tan malo. Incluso Él mismo podría divertirse.
El juez pidió silencio y agregó:
—Muy bien, así será. Queda saber cuánto tiempo deberá ir. ¿Qué dices Eldenios?
—33 años es suficiente.
—Que así sea.—dijo el juez.
—Que así sea.—repitieron todos.
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