El salón del juicio celestial era un lugar que escapaba a toda lógica. En sus alturas flotaban planetas en miniatura, orbitando lentamente alrededor de una luz que no venía de ningún sol. Los ángeles, dioses menores y seres cósmicos observaban desde lo alto, sus alas y cuerpos entrelazados en un vaho de resplandor puro. Frente a un inmenso trono de piedra estelar, nuestro Dios se encontraba
