En un remoto paraje, antes del amanecer, donde el viento susurraba secretos oscuros entre los árboles y el cielo siempre parecía estar nublado, se erguía una casa de campo con apariencia tétrica. Sus ventanas poseían rajaduras, y las maderas crujían al menor toque, como si la misma casa se quejara de su propio estado de ruina.
El camino que conducía a la casa estaba cubierto de maleza y apenas visible, como si la naturaleza quisiera ocultar lo que allí se encontraba. Los insectos surcaban los alrededores y un gallo de plumas doradas se acercaba peligrosamente a la casa. Era un animal que nunca estuvo domesticado.
El gallo alcanzó finalmente la puerta principal de la casa, que estaba entreabierta, oscilando suavemente con el viento. La empujó con su pico y entró.
El interior de la casa estaba decorado muy toscamente. La luz era tenue gracias a unas velas que estaban a punto de apagarse. La luna aportaba con su luz, filtrándose a través de una ventana rota, e iluminaba directamente una mesa en el centro de la sala. Sobre esta, una escena inesperada: platos y cubiertos dispuestos, como si alguien hubiera preparado una cena reciente. En el centro de la mesa, una bandeja plateada sostenía una gallina cocinada, su piel dorada y crujiente reflejando la luz proveniente del astro.
El gallo, al reconocer a su congénere en la bandeja, sintió un escalofrío recorrer sus plumas. La visión era grotesca y antinatural, una profanación de su propia especie. Un sentimiento de profunda indignación y terror se apoderó de él y abriendo el pico, lanzó un grito tan potente y estridente que resonó en todo el campo.
Desde ese entonces, a causa de ese cacareo tan potente, los vecinos de la región comenzaron la creencia de que los gallos cantan al amanecer.
Sin saber que en realidad son gritos de terror y dolor.
María caminaba por los pasillos de la Universidad cargando con su mochila repleta. Su mirada pasaba de una hoja escrita a mano que tenía en sus manos a los números que figuraban encima de las puertas de cada aula.
Luego de varios umbrales equivocados, sus ojos se encontraron con los de un joven que se hallaba apoyado en el marco de la puerta correspondiente al aula 205. En ese instante, su sistema nervioso simpático se activó, desencadenando una serie de reacciones fisiológicas.
El sistema límbico de María, específicamente el núcleo accumbens y la amígdala, comenzó a liberar dopamina en cantidades significativas. Esta neurotransmisión provocó una sensación de placer y motivación, estimulando su sistema de recompensa cerebral. La dopamina se unía a los receptores D1 y D2 en las vías mesolímbicas, generando una sensación de euforia y aumentando su estado de alerta.
Sin saberlo, estaba abriendo la boca levemente como quién mira una obra de arte magnánima en un museo.
Simultáneamente, el sistema endocrino de María liberó cortisol en respuesta a la excitación y al estrés asociado con esta experiencia. Sus glándulas suprarrenales secretaron esta hormona del estrés, elevando su presión arterial y estimulando la liberación de glucosa en sangre para proporcionar energía adicional. Esta respuesta fisiológica le confería una mayor agudeza mental y una sensación de urgencia.
Se acercó unos pasos al muchacho, y el sistema nervioso autónomo de María también se activó, causando la dilatación de sus pupilas mediante la acción del músculo dilatador del iris. El flujo sanguíneo se desvió hacia los músculos esqueléticos en preparación para una posible respuesta de lucha o huida. Esta reacción tuvo un efecto en su percepción visual, haciendo que la figura del joven pareciera más nítida y llamativa.
Unos pasos más, y ya una distancia de menos de un metro. Su sistema cardiovascular experimentó cambios notables al observar con detenimiento esos ojos negros profundos y esos labios finos pero muy atractivos. El aumento en la frecuencia cardíaca y el volumen sistólico provocaron una mayor irrigación sanguínea hacia sus órganos vitales, incluido el corazón. La liberación de adrenalina desde las glándulas suprarrenales aumentó la contractilidad cardiaca y mejoró la eficiencia del bombeo sanguíneo.
Sin embargo, a pesar de estas respuestas fisiológicas, María no logró superar su inhibición social para entablar una conversación con el joven. Las señales químicas y hormonales que habían despertado su atracción se volvieron insuficientes frente a su timidez y ansiedad social. La oportunidad de comunicarse se desvaneció gradualmente y lo sobrepasó sin decir nada.
Se alejó del chico unos pasos, pero una mano la sujetó suavemente del brazo. Se dió vuelta y era él, que le preguntó:
—Disculpá… buscás la clase de Química Fisiológica, ¿no? No pude evitar ver tu papel. La 205 es esta aula.
—Si, ¡muchas gracias!— Y estirando la mano para estrechar la suya, se presentó— Soy María, la profesora.
En los confines del universo, en un rincón lejano de la galaxia, existía un planeta llamado Xelion. Xelion era habitado por una civilización avanzada de extraterrestres conocidos como los Xelianos: seres inteligentes y pacíficos que habían explorado y estudiado numerosos planetas a lo largo de su existencia.
En una de sus inconmensurables aventuras, los Xelianos detectaron una señal desesperada proveniente de un pequeño planeta azul llamado Tierra. La señal transmitía mensajes de angustia y advertencia sobre la inminente destrucción de su hogar. Los Xelianos, conmovidos por el sufrimiento y la posible pérdida de una rica diversidad de vida, decidieron actuar.
Reuniendo a sus mejores científicos y arquitectos, los Xelianos se embarcaron en la construcción de un vasto arca espacial capaz de albergar a todas las especies de la Tierra. Utilizando su tecnología avanzadas crearon un ecosistema artificial dentro del arca que pudiera sostener y preservar la vida en todas sus formas. Y en lo posible, reproducirla.
Una vez que el arca estuvo completo, los Xelianos se dirigieron a la Tierra en una misión de rescate. Al llegar, observaron con tristeza cómo el planeta estaba devastado por las guerras, la contaminación y la explotación desmedida. Sin embargo, su objetivo no era juzgar, sino salvar a cuantas especies pudieran.
Con cuidado y precisión, los Xelianos comenzaron a recolectar a los animales en parejas y plantas en peligro de extinción. Desplegaron sondas robóticas para rastrear y recoger cada rincón del planeta, asegurándose de no dejar a ninguna criatura atrás. Cada especie fue cuidadosamente almacenada en compartimentos diseñados para mantener sus necesidades específicas.
Mientras el arca se llenaba de vida, los Xelianos también buscaron a los seres humanos que habían enviado las señales de auxilio. Tomaron una pareja y emprendieron el regreso.
Con el paso del tiempo, el arca se convirtió en un refugio flotante, navegando por el espacio infinito en busca de un nuevo hogar para las especies de la Tierra.
Después de un largo viaje, los Xelianos encontraron un planeta adecuado para la vida, similar a la Tierra. Con cuidado y precaución, liberaron a las especies una por una, asegurándose de que pudieran adaptarse y prosperar en su nuevo entorno.
Sin embargo, notaron que todas las especies pudieron reproducirse, excepto una: los seres humanos.
Y extrañados, se acercaron a la pareja de ancianos que, abrazados, negaban con la cabeza. —Alberto... medio boludos los aliens, ¿no te parece mi cielo?— dijo uno de ellos.
—Medio si los ves con un solo ojo, Claudio.— agregó el otro.


