María caminaba por los pasillos de la Universidad cargando con su mochila repleta. Su mirada pasaba de una hoja escrita a mano que tenía en sus manos a los números que figuraban encima de las puertas de cada aula.
Luego de varios umbrales equivocados, sus ojos se encontraron con los de un joven que se hallaba apoyado en el marco de la puerta correspondiente al aula 205. En ese instante, su sistema nervioso simpático se activó, desencadenando una serie de reacciones fisiológicas.
El sistema límbico de María, específicamente el núcleo accumbens y la amígdala, comenzó a liberar dopamina en cantidades significativas. Esta neurotransmisión provocó una sensación de placer y motivación, estimulando su sistema de recompensa cerebral. La dopamina se unía a los receptores D1 y D2 en las vías mesolímbicas, generando una sensación de euforia y aumentando su estado de alerta.
Sin saberlo, estaba abriendo la boca levemente como quién mira una obra de arte magnánima en un museo.
Simultáneamente, el sistema endocrino de María liberó cortisol en respuesta a la excitación y al estrés asociado con esta experiencia. Sus glándulas suprarrenales secretaron esta hormona del estrés, elevando su presión arterial y estimulando la liberación de glucosa en sangre para proporcionar energía adicional. Esta respuesta fisiológica le confería una mayor agudeza mental y una sensación de urgencia.
Se acercó unos pasos al muchacho, y el sistema nervioso autónomo de María también se activó, causando la dilatación de sus pupilas mediante la acción del músculo dilatador del iris. El flujo sanguíneo se desvió hacia los músculos esqueléticos en preparación para una posible respuesta de lucha o huida. Esta reacción tuvo un efecto en su percepción visual, haciendo que la figura del joven pareciera más nítida y llamativa.
Unos pasos más, y ya una distancia de menos de un metro. Su sistema cardiovascular experimentó cambios notables al observar con detenimiento esos ojos negros profundos y esos labios finos pero muy atractivos. El aumento en la frecuencia cardíaca y el volumen sistólico provocaron una mayor irrigación sanguínea hacia sus órganos vitales, incluido el corazón. La liberación de adrenalina desde las glándulas suprarrenales aumentó la contractilidad cardiaca y mejoró la eficiencia del bombeo sanguíneo.
Sin embargo, a pesar de estas respuestas fisiológicas, María no logró superar su inhibición social para entablar una conversación con el joven. Las señales químicas y hormonales que habían despertado su atracción se volvieron insuficientes frente a su timidez y ansiedad social. La oportunidad de comunicarse se desvaneció gradualmente y lo sobrepasó sin decir nada.
Se alejó del chico unos pasos, pero una mano la sujetó suavemente del brazo. Se dió vuelta y era él, que le preguntó:
—Disculpá… buscás la clase de Química Fisiológica, ¿no? No pude evitar ver tu papel. La 205 es esta aula.
—Si, ¡muchas gracias!— Y estirando la mano para estrechar la suya, se presentó— Soy María, la profesora.
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