A Tadeo le gustaba madrugar. Le gustaba el olor a tierra mojada, el ritual de regar las plantas, y ese silencio suave que hay cuando el mundo todavía no arranca. Aquella mañana de marzo, mientras rociaba su macetita de burrito, sintió un pinchazo en la pierna. Aplastó el bicho con un manotazo automático, sin mirar siquiera. Era uno de esos que t
