— ¿Me siento por acá?
El entrevistador asiente con cortesía, mientras acomoda su propia silla para poder estar más cerca del entrevistado.
— ¿Quiere un vaso de agua? Así empezamos de una vez.
Un asistente le alcanza un vaso de agua al entrevistado, lo apoya sobre una mesita cercana y sale de la escena. Hay un panel a los costados para que la luz refleje bien, y una cámara apuntando a las dos personas.
Otra persona hace una cuenta regresiva, y todo el mundo hace silencio.
— ¡Bienvenidos! Estamos con el Dr. Ruiz que ha accedido a darnos una entrevista exclusiva, para hablarnos de cómo llegó a ser millonario. Estoy seguro de que nos va a sorprender a todos.
— Un gusto para mí estar acá. Para empezar quisiera corregirlo: no soy doctor, soy licenciado en Psicología.
— Oh, qué sorpresa. ¿Cómo fue entonces que un psicólogo logró esta gran fortuna?
— Básicamente, trabajando como psicólogo me hice experto en lo que hago hoy en día. Pero no lo hubiera logrado de no ser por mi paso por la escuela secundaria.
El entrevistador se siente confundido, no entiende a qué se refiere Ruiz. Esas entrevistas a ciegas no le gustan. Siempre encaró su trabajo con una investigación previa, pero esta persona es un misterio para él y para el mundo.
— ¿Podría aclararnos un poco más?
— Por supuesto. Hice una secundaria técnica, y de hecho soy Técnico Químico. Amaba la química, y aún la amo. Sin embargo, preferí seguir la carrera universitaria de Psicología. En Argentina es una carrera que siempre tiene salida laboral, seguramente está al tanto.
Hace una pausa para tomar un sorbo de agua y el entrevistador rellena el hueco.
— Bien, entonces usted es amante de la química. ¿Y cómo le fue con la psicología?
— Usted sabe cómo es ese trabajo. Escuchar los problemas ajenos e intentar guiarlos para que los solucionen, o que vivan mejor con ellos. Es decir, analizaba sus problemas, trabajaba sobre ellos y sacaba algo bueno de eso.
El entrevistador se incomoda con esa palabra. Nadie suele usarla en televisión.
— Y usted dice que eso fue lo que lo preparó para lograr su fortuna, ¿correcto?
— Correcto. Después de 15 años haciendo eso, me encontré a mí mismo una noche tomando una cerveza y reflexionando. Y mi alma de químico “reaccionó”.
El entrevistado suelta una risa, muy satisfecho con el chiste. Aunque solo un químico se reiría, por supuesto. El entrevistador lo ignora.
— ¿Y qué pasó?
— Descubrí que había otra forma de analizar los problemas de la gente, trabajar sobre ellos y sacar algo bueno de ello.
El entrevistador toma el vaso de Ruiz y se lo bebe de un sorbo. Esa palabra de nuevo…
— Así es como nació la idea de su nueva empresa, la que lo llevaría al éxito.
— Así es. Cualquier químico sabe que el cuerpo humano desecha todo tipo de sustancias. Entre ellas oro. Así fue como empecé, investigando cómo separar los metales preciosos de las heces humanas. Los más fáciles fueron la plata y el cobre, ya que hay mayor cantidad. Y luego sí, el oro.
— Es decir, analizaba las… problemas humanos, los trabajaba y luego sacaba algo bueno de ellos.
— Exactamente. Primero trabajé con personas de bajos recursos, dándoles un porcentaje de la ganancia. Luego, fui agrandando el emprendimiento. Rápidamente conseguí accionistas y construí una planta. Allí, las personas pueden pasar, hacer lo suyo y llevarse en el día su paga. Y luego de extraerse los metales, los desechos son tratados químicamente para que no contaminen el medio ambiente. Incluso, comenzamos nuevas aristas entre las que se destacan la venta de abono para plantas, recolección con camiones atmosféricos gratuitas en lugares sin cloacas, y la más reciente de todas: una flota de drones para recoger regalitos de perro en las grandes ciudades. Realmente estoy muy orgulloso de lo logrado, y tengo muchas ideas más para poner en marcha…
El entrevistador se pone de pie y comienza a aplaudir. El resto del staff lo imita.
— Realmente usted es un hombre maravilloso. Por algo le darán el premio Nobel este año…
De repente, me encuentro en un lugar muy luminoso, donde la luz es blanca y poderosa. Me cuesta adaptarme al resplandor, pero mientras intento hacerme una visera con la mano, poco a poco me voy acostumbrando.
No recuerdo nada, ni siquiera quién soy. Doy un par de pasos y me doy cuenta de que estoy en una ciudad desconocida. No hay edificios, pero hay mucha gente. La gente no tiene cuerpo, pero aún así logro reconocer a algunos. ¿Mis abuelos? No puede ser, fallecieron. Sin embargo, son ellos, y no puedo evitar esbozar una sonrisa.
¿Mi suegro? Tampoco puede ser...
En ese momento, el recuerdo de mi esposa se hace presente, y por supuesto, también el de mis dos hijos.
Y todo cobra un poco más de sentido, porque me doy cuenta de la razón por la cual esas personas no tienen cuerpo. Intento mirarme las manos, pero solo veo un brillo azul intenso.
Intento correr hacia ellos, pero tropiezo con algo que me hace caer. No logro distinguir si la caída es hacia arriba o hacia abajo. Simplemente doy vueltas mientras voy recordando. No sé si por unos segundos, unos minutos o años. Pero mientras caigo, veo mi vida pasar ante mis ojos y repaso todos los momentos: los buenos, los malos, los asombrosos, los importantes... todos. Hasta llegar al inevitable instante donde esta historia acaba, aquel donde estoy en una camilla de hospital, pelado y demacrado, luchando contra un cáncer. Y luego, mi último suspiro.
De repente, me encuentro en un lugar muy luminoso, donde la luz es blanca y poderosa. Me cuesta adaptarme al resplandor, pero mientras intento hacerme una visera con la mano, poco a poco me voy acostumbrando.
No recuerdo nada, ni siquiera quién soy...
El hedor a carne en estado de descomposición se estaba impregnando en las paredes húmedas de ese sótano.
La noche caía sobre la ciudad, envolviéndola en un manto oscuro que parecía desafiar la luz de la luna. Las calles estaban vacías, salvo por una persona que caminaba solitaria, con la mirada perdida, como si buscara algo que no podía encontrar. Ese hombre era un héroe, pero no lo sabía.
Había despertado en un hospital, sin recordar quién era ni cómo había llegado ahí. Los médicos le dijeron que había sufrido un accidente que le había provocado una amnesia severa. Pero eso no importaba, porque sentía que debía hacer algo. Algo importante.
Así comenzó su camino, buscando una razón para existir, un propósito para su vida. Se enfrentó a innumerables peligros, siempre dispuesto a ayudar a quien lo necesitara, sin importarle el riesgo que corría. Su corazón latía con fuerza cada vez que salía al mundo, porque sabía que estaba haciendo lo correcto.
Pero a pesar de todo, nunca logró descubrir su verdadera identidad. Y así pasó el tiempo, caminando por la ciudad como un fantasma, un héroe olvidado que luchaba por un mundo que no lo conocía. Por un mundo que él no conocía.
Entonces, un día, después de mucho tiempo, el héroe con amnesia dejó de caminar. Supo que algo no encajaba, y era que él necesitaba hacer el bien, pero que la gente no necesitaba un héroe. Sus problemas eran mas terrenales, de índole económico y político. Aunque alguien esté para salvarles la vida de las manos de un ladrón, ni ellos ni el ratero llegarían quizás a fin de mes con los gastos. Miró una vidriera con una televisión que mostraba la cruda verdad de la sociedad. Todos se peleaban con todos, y ese era el origen de todos los problemas.
Y así, mientras el sol comenzaba a salir, el héroe con amnesia sonrió. Por fin había encontrado su lugar en el mundo. Y mientras se alejaba, sabía que a pesar del sacrificio personal era la única opción para salvar a la humanidad.
El mundo necesitaba una razón para unirse. ¿Y qué mejor razón que un enemigo en común?
Compró una máscara negra, y salió en busca de su primer víctima.
Año 4000 d.C.
Los humanos estamos tan avanzados que cada neurona desarrolló una personalidad única y diferente a las otras, incluso dentro de un mismo ser.
Los humanos estamos tan avanzados que nuestra velocidad de respuesta aumentó, y nuestra capacidad de multitasking se multiplicó por mil en referencia al año 2000. Esto es permitido por la red de neuronas que, según su experiencia y su esencia, votan por una decisión que, lógicamente, es la mejor. Neurocracia les dicen algunos, vaya a saber por qué.
Los humanos hemos evolucionado a un nivel inimaginable en todos los ámbitos. Excepto en uno: "la maldición".
La maldición genera un fallo que perjudica la toma de decisiones del conjunto de neuronas. No importa la cantidad de neuronas disponibles, ni las características hegemónicas que poseen, ni el resultado total, siempre se genera una pérdida en la velocidad de respuesta. Y peor aún, en la calidad.
La maldición es algo temido por todos nosotros, ya que vemos a los que la padecen. Sus decisiones dejan de ser lógicas. Dejan de basarse en el principio universal de sumatoria de respuestas neuronales y, simplemente, accionan. Es usual ver que ataca a dos personas al mismo tiempo y ambos presentan el síntoma a la vez. No es contagioso, al parecer, pero a pesar de los avances tecnológicos, aún no sabemos de dónde proviene.
Los Maestros en las Artes siempre cuentan que, en la antigüedad, se le atribuía este fallo al músculo cardíaco. Y, por supuesto, dicha teoría fue estudiada y posteriormente descartada. Pero de algo estaban seguros, esa tontería no tenía ni una pizca de lógica.
Además, los Maestros dicen que antes no era llamada "la maldición". Se llamaba "amor".
Que nombre tan ridículo...
Soy un cactus, señores.
Si, un cactus. De esos de maceta que usan como souvenir* en los cumples donde uno no sabe que carajo poner como souvenir.
Me di cuenta fumando mi porrito personal que es el mate (los pacientes oncológico de carnet amarillo no podemos consumir drogas). Cada tanto me permito uno. Cada uno o dos minutos, porque soy un adicto al mate.
Es decir, la gente me mira, me ve simpático y verde. Ahí, como un decorado zafable, cumpliendo siempre mi función de manera correcta. Ni muy muy ni tan tan.
Sospechan que debo pinchar, entonces solo se acercan los crédulos, los inocentes. Es buen filtro la verdad, porque mi vida no está para la gente sin huevos. A mi acercate si tenes ganas de vivir locamente. O si sos tonto. O masoquista. Sino no, mirame de lejos y saludame desde allá.
Por otro lado, no encesito mucho para vivir. A mi dame un poco de agua cada tanto, y sol. O no, me da igual. Voy a seguir creciendo firme igualmente. Yo no pido nada, y no necesito nada. Soy un cactus, viejo!
En realidad, si... pido algo. Que me pongas cerca de otro u otros cactus.
Así que si vas a un cumple, traete dos souvenir al menos. Gracias!
*Souvenir es el regalito que te dan de despedida cuando vas a un cumple, cuyo mensaje es "Gracias por souvenir a mi cumple".
Parecía un emprestito imposible, a mi que sólo averiguaba precios de gimnasios para saber cuanto me ahorraba. A mi, que cuando decidí finalmente hace 5 años hacer ejercicio el gimnasio al que fui a averiguar estaba en un primer piso y desistí por un par de escalones. A mi, que si no hay una pelota de por medio no te corro el colectivo ni me agacho ni por un billete de 100.






