Narraciones al viento

Una biblioteca de cuentos cortos para leer en cualquier lado...
Miguel Ángel Fernández




            Era un martes como cualquier otro. Caminaba despacio hacia la panadería, a comprar un cuarto de kilo de pan. Estaba soleado, aunque un poco fresco. Yo iba en alpargatas, pantalones cortos y musculosa, bastante informal. Si hubiera sabido que me iban a secuestrar, me hubiera vestido un poco mejor… 


Un auto negro me interceptó y, en cuestión de segundos, ya estaba encapuchado y en el asiento de atrás. Les fue bastante fácil agarrarme, me había quedado paralizado. No soy un hombre violento, a pesar de que mi generosa estatura y cuerpo fornido haga parecer lo contrario. 


El hombre que estaba a mi lado me sacó la capucha con suavidad, pero no dijo nada. Al conductor no lo pude ver, el asiento lo tapaba. El acompañante se dio vuelta hacia atrás y me dijo que no me preocupara, porque no me iban a hacer nada. Agregó que solo era un protocolo para evitar ser encontrados, y que disculpe el susto. 


Tomó un trago de una botella metálica y volvió a hablarme: 


—Alma Mater 3 va a hacerte una propuesta. 


No dijo nada más y entendí, por alguna razón, que no tenía que preguntar nada. Solo guardé silencio y miré el paisaje. Llegamos a un edificio alejado de la ciudad. Era imponente, lo que me hizo suponer que se trataba de gente poderosa y con mucho dinero. 


Estacionaron. El acompañante me abrió la puerta con cortesía y me hizo un ademán para que lo siguiera. Obedecí. Caminamos unos metros hacia la puerta y me dijo: 


—Te informo que Alma Mater 3 es alguien de gran tamaño, y no le gusta que se rían de ella. Por favor, mantén la seriedad. — Caminó unos pasos y se detuvo. Volteó para decirme algo más. — ¡Ah! Ella lee la mente. — Y siguió caminando sin darle mayor importancia a mi cara incrédula. 


Sinceramente, pensé que se estaba burlando de mí. 


Entramos y me llevó hacia la habitación especial. Había muchos guardias en la puerta que, luego comprendí, en realidad no los necesitaba. Abrió la puerta y me hizo entrar solo. Di unos pasos y, delante de mí, sentada en un sillón estaba ella. Realmente era gigante. Le calculé 3 metros de altura aproximadamente. Estaba tan asombrado que no me di cuenta que mi boca estaba abierta de manera bastante exagerada. 


Ella me miró y me dijo con una voz grave, pero curiosamente muy atractiva: 


—No me gusta que se rían de mi estatura, sé que te lo dijo Compañero 2. 


Yo cerré la boca automáticamente y pensé “esto es un chiste…”.


—No, no es un chiste. Sé que te informó que puedo leer mentes también. — Dijo, mientras con un movimiento de manos me invitó a acercarme. 

Obedecí.  


—Soy Alma Mater 3, y lo que te voy a contar es algo secreto. Por lo que veo, va a ser muy sorprendente para vos. Tomate tu tiempo de pensarlo, asimilarlo, y preguntarme lo que quieras. 


A pesar de su tamaño colosal, era una mujer de proporciones normales. Caderas anchas, busto mediano, cabello negro y tez blanca. Su mirada, en cambio, era especialmente hermosa. Sus ojos grises tenían un no sé qué mágico y tranquilizador. Le sonreí, de hecho, y le dije “Te escucho…”. 


—Primero, quiero que sepas que nosotros, los humanos, no funcionamos como vos creés. Somos superorganismos, tal como las hormigas y sus colonias. Hay humanos obreros, humanos soldados y, por supuesto, humanas reinas. Yo soy una humana reina. — Dijo, haciendo un gesto de presentación. 


—Un gusto. — Dije con ironía, pues no creía nada de lo que decía. Ella sonrió, interpretando mi sarcasmo. Su sonrisa era perfecta. 


—Entiendo que no lo creas, puesto que por nuestra protección los programamos para que no lo sepan. Pero así es, están todos conectados a una reina humana. A una Alma Mater. Los trabajos, la rutina, la división de la producción, los países, el capitalismo, el dinero… es todo invento nuestro, que nos facilita que hagan lo que la colonia necesita sin preguntarse si están esclavizados, y sin que surjan tantos deseos de revelación. La revelación es mala para la colonia y para la subsistencia de los humanos. La paz es progreso. Y las Almas Mater somos las encargadas de que haya paz. Excepto… 


Miró para abajo, como recordando tristemente una época pasada. 


—Antes, éramos muchas Almas Mater, y muchas colonias que vivían en armonía. Con el paso de los años, solo quedamos dos. Alma Mater 7 y yo. Tuvimos nuestras diferencias, y eso se plasmó en lo que ustedes conocen como guerras mundiales. Las cuales ambas ganó ella. Desde ese entonces estoy intentando recuperarme para vengarme. Ella aún cree que me destruyó por completo, pero ya ves… 


Se rio con fuerza, y tanta que me asustó. Se dio cuenta y me dijo: 


—No te asustes, sé que a veces soy un poco histriónica… 


Aprecié su preocupación y pensé en preguntarle por qué me explicaba todo eso, y por qué estaba ahí. Como era de esperar, leyó mi pensamiento. 


—Estás acá porque te estuve analizando durante mucho tiempo, y sos la persona ideal para ser mi Compañero 1. Sos fuerte y vigoroso, amable y altruista, y químicamente perfecto, tus feromonas me atraen en demasía. 


Me miró con deseo y agregó: 


—Toda Alma Mater tiene 2 compañeros, uno la protege, ya conociste a Compañero 2, y el otro la embaraza. Nosotras, cuando estamos embarazadas, crecemos en poder un 500%. Por eso es muy importante tener un Compañero 1 con las cualidades como las que tenés. Serías muy importante para mí.  


Me sentí halagado. De hecho, nunca me sentí más halagado que en ese momento. Y sentía muy dentro mío que era una oportunidad única de ser importante y cambiar la historia. Lo que siempre quise. Y ella lo supo. 


—Acercate… — me ordenó con dulzura. 


Obedecí. Caminé hacia ella, lentamente, mientras sentía como mi respiración se aceleraba. Era el día más importante de mi vida y estaba a punto de cumplir con mi destino. Al llegar a su lado, me abrazó. Era inmensa y fuerte. Pero estaba tan confiada y desprotegida, que no vio la cuchilla en mi manga y tampoco percibió cuando la saqué despacio. Solo entendió todo cuando era demasiado tarde, cuando la hoja estaba atravesada al costado del corazón, en una herida mortal. Y le dije al oído: 


—Yo también estoy sorprendido... de los ocho mil millones de humanos, justo me elegiste a mí, el Compañero 1 de Alma Mater 7.






Mario Ramirez era un coleccionista de alto nivel. Poseía algunas piezas que ningún otro ser humano tenía, y que varios otros envidiaban. En su casa, que era bastante pequeña, tenía una habitación especialmente dedicada a sus colecciones. Allí se podían apreciar pequeños monumentos tallados en piedra, piezas doradas con inscripciones, e incluso un sector completo de armas antiguas.Y en el medio de la habitación, en el sector más iluminado, una mesa adherida al suelo con un cono de vidrio sobre ella, que envolvía cuatro tigres de madera. La disposición de los tigres sugería que solo faltaba uno. No obstante, cualquiera podría adivinar que se trataba de los Cuatro Tigres Mágicos, la colección más misteriosa de todas.


Había pasado diecinueve años buscando completarla. Mucho tiempo invertido, alejado de la gente, encerrado en su estudio investigando, dejando su vida pasar como si nada.


—Vale la pena...— se repetía constantemente.


Pero ya lo tenía en sus manos. El último Tigre, el más hermoso de todos, en su opinión. 


Traspasó la puerta de su casa y se dirigió al salón de las vitrinas sin quitarse el abrigo. Lo miró una última vez, entre lágrimas, y lo colocó con las otras piezas en el cono de vidrio. Y se quedó observando, cautivado por las curvas opacas y perfectas de los felinos.  Disfrutando cada pequeño detalle de aquel logro tan anhelado.


Un suave brillo parecía emanar de los tigres, que poco a poco aumentó su intensidad. Esto fue inesperado para el coleccionista, ya que no esperaba que pasara nada en particular. Pero pasó. 


El fulgor repentino encegueció a Mario, y de repente se hizo visible la imagen de un hombre anciano, con pelo canoso que caía sobre sus hombros y se mezclaba con una barba tupida, y una túnica blanca que le cubría el resto del cuerpo enteramente. El coleccionista no podía salir de su asombro.


El silencio fue cortado por una voz calmada que recitó:


—Tienes cuatro deseos a tu disposición… 


Mario hizo una sonrisa incrédula, y estuvo a punto de decir algo, pero se detuvo. Ya era algo irreal que esa imagen estuviera allí, ¿por qué no creer que podía conceder deseos?


Pensó, ante la tibia mirada del anciano que no se movía en absoluto. Sus facciones denotaban el esfuerzo que realizaba para no distraerse en lo ridícula que le parecía la situación. Gesticulaba levemente, negando ante algunas ideas, y asintiendo ante otras.


Finalmente preguntó:


—¿Hay alguna trampa? ¿O algo que deba tener en cuenta?


—Sí.— respondió el anciano.— Por cada deseo que pidas habrá uno extra. El adicional lo decidiré yo mismo.


A Mario le pareció muy extraño, pero decidió pedir un deseo y dejarse llevar por la situación.


—Está bien. Mi primer deseo es tener una mansión en Nueva York, mantenida por cincuenta empleados. ¡Ah! Y que no genere ningún tipo de gastos impositivos.


El anciano sonrió. Y sacando dos llaves del bolsillo, se las entregó al hombre.


—Concedido. Una llave pertenece a la mansión deseada. La otra es una casa pequeña en Santa Teresita, un pueblo costero. Ambas son tuyas, y las direcciones están en tu teléfono móvil.


Casi automáticamente sacó el teléfono del bolsillo y lo inspeccionó. Efectivamente, estaban ambas direcciones. Lo miró nuevamente y tomó las llaves ofrecidas. Y de repente, sus ojos se llenaron de ambición. Tal poder debería ser aprovechado inmediatamente. 


—Mi segundo deseo es ser millonario. ¡Y el tercero es tener un harén con cien mujeres hermosas! 


El anciano volvió a sonreír, esta vez sin disimulo.


—Hecho. Eres millonario, y también eres dueño de un hogar de niños pobres. Respecto al otro deseo, ya tienes un harén de cien mujeres. Y una nueva amiga, Sofía. 


Mario hizo caso omiso a los deseos extra. Estaba tan contento con sus deseos cumplidos, que no quiso esperar a pedir el último deseo..


—Mi cuarto deseo es vivir cien años… no, ¡mejor cuatrocientos años!


El anciano levantó su mano levemente.


—Te concedo vivir cuatrocientos años, y el extra es que, en el momento que decidas, la cantidad de años que te falten para llegar a esos cuatrocientos podrás regalarselos a quien tu quieras.


El coleccionista estaba extasiado. Jamás se imaginó que valiera tanto la pena la búsqueda de los cuatro tigres. Miró hacia donde estaban, buscando entender lo que pasó. Pero ya no estaban allí, y tampoco el anciano. Tanteó incrédulo sus bolsillos. Las dos llaves estaban dentro.


Los siguientes cuatro años fueron de desenfreno para Mario, haciendo abuso de su fortuna y de su poder. Estaba lejos de ser ese señor introvertido, amable y respetuoso. Se sentía un ser superior y trataba muy mal a las personas que lo rodeaban, a sus empleados, a su harén, e incluso a su amiga Sofía, a quién nunca quería ver. Drogas, alcohol, apuestas, fiestas multitudinarias con gente desconocida. Pero no había nada que lo llenara. Él quería más y más.


Un día, de repente, se sintió solo. Muy solo. Mucho más solo que en sus años de coleccionista. Peor aún, se sentía perdido. Al menos antes tenía un objetivo: completar su colección. Ahora estaba allí, sentado en su balcón gigante, viendo ese atardecer sobre el monte, en esa mansión que ya detestaba, en esa piscina que le daba náuseas, en ese ambiente tóxico que construyó. En esa vida llena de veneno, que tanto odiaba. 


Alzó sus ojos asombrados, y sintió escalofríos. ¿Cómo era posible odiar su vida, teniendo todo lo que había deseado? Una angustia le brotó desde lo profundo de su alma, y comenzó a llorar desconsoladamente. Como un niño perdido en la playa. 


Una mano suave le apretó el hombro, y luego unos brazos le rodearon el torso. Era Sofía. Siempre tan leal. Sosteniéndolo en el peor momento. Y le dijo tiernamente en el oído:


—Vámonos de acá.


Mario se dejó llevar. Y en poco tiempo estaban en una casa cálida, que luego reconoció como su casa de Santa Teresita. Allí reinaba la calma, la paz. Y el siguiente mes fue el mejor en muchísimo tiempo. Sofía era la principal responsable de ello.


Caminaron por la playa, juntando caracoles y llenando sus pulmones de aire fresco. Armaron castillos de arena, leyeron, bailaron, vieron juntos el amanecer… Él comenzó a verla con otros ojos. 


Luego lo llevó al hogar de niños pobres que el anciano le había entregado en propiedad (y al cual por supuesto había olvidado). Juntos, ayudaron y se entregaron por completo a esa causa. De repente descubrió que ver felices a los chicos por algo tan sencillo como un alfajor de chocolate le hacía extremadamente bien. Y ese mes fue incluso mejor que el anterior. 


Sofía, en solo dos meses, le cambió la vida. Decidió dar toda su fortuna al hogar de niños. Regaló su mansión a las mujeres de su harén, pidiéndoles infinitas disculpas por todo lo ocasionado. Y se dedicó a vivir con su amiga en esa casita cálida, viajando asiduamente al hogar de niños. Era todo perfecto, y estaba feliz como nunca. 


Pero no todas las historias tienen final feliz. Sofía enfermó. Le descubrieron leucemia en una fase muy avanzada. Los médicos le dijeron con tristeza a Mario que solo le quedaban unos días de vida. 


Sentado en una de las sillas del hospital, desconsolado, se maldijo a sí mismo. Perdió tanto tiempo en esa vida vacía… tiempo que podría haber estado con ella. Por culpa de su ambición estúpida. Y recordó al anciano y tambiénlo maldijo. ¿Por qué darle todo lo bueno si después se lo iba a quitar? 


Entonces recordó que a su cuarto deseo el anciano le regaló un extra… ¡podría regalarle el resto de sus cuatrocientos años a quien quisiera! Es decir, ¡a ella!


Juntó las manos, cerró los ojos y deseó darle sus años restantes a Sofía. 


Al abrirlos, la imagen del anciano estaba allí, parada frente a él. Lo recordaba como si fuera ayer, y parecía como si en cualquier momento fuera a sonreír. Pero esta vez el anciano no sonrió.


—Se los puedes regalarlos a cualquier persona, menos a ella.


Mario no lo podía creer. ¿La única manera de estar con ella entonces era morir a la par? Secó sus lágrimas, y decidió ser valiente por última vez. Se levantó de la silla, apretó los dientes, y dijo seriamente:


—Deseo entregarle el resto de los cuatrocientos años a cualquier persona dentro de este hospital. Más precisamente a esa mujer. Mario señaló a una señora en una camilla, pero sin darle demasiada importancia. A él lo único que le importaba era estar con su amada.


Mario y Sofía hoy están juntos, felices en el más allá. 


Los trescientos treinta años extra los recibió la señora de la camilla, una tal Mirtha Legrand.


No todas las historias tienen finales felices, pero esta… Esta tiene dos finales felices.



 



Hola, soy iker. Tengo 7 años. Hace poco me empecé a fanatizar con las marcas de autos, por ejemplo:  Chevrolet,Toyota, Fiat, Renault y algunas otras más.


Descubrí que hay autos lindos y feos, grandes y chicos, baratos y caros... y decidí tener el auto mas caro del mundo. Mi papá siempre dice que puedo lograr todo lo que me proponga. 


Entonces con algunas hojas de papel copié de un video de youtube unos autos de origami y después les puse el precio: uno U$D 1.784, otro U$D 3.256 y el último...


El último lo publiqué a U$D 1.000.000.000. Ahora este es el auto mas caro del mundo, y es mío.


Hasta que me lo compren. 






Autor: Iker Fernández Sarasa






¡¿Qué hemos hecho para merecer esto?! Siempre hemos tenido una conducta intachable, fuimos un ejemplo a seguir. 

No sólo en nuestras vidas, a través de las cuales estudiamos carreras muy altruistas como lo son la docencia y la policía -que de hecho egresamos con honores-. O en el eje laboral en el cual nos destacamos como trabajadores incansables, productivos y, en mi caso, con un liderazgo irreprochable. Nos apreciaban sobremanera en todos lados.

Mi marido por ejemplo siempre fue la bondad materializada. Los vecinos del barrio venían a hablar con él cuando necesitaban un empujón anímico. O mismo los alumnos nos visitaban para traernos regalos por su buen trato.

Él está desvastado, jamás lo vi tan gris como ahora.

Yo por mi parte hice todo tal cual me lo indicó el obstetra. No me desvié ni un momento de su guía, no comí carne cruda, no toqué nada demasiado ácido, todo al pie de la letra. Él me mencionó en un momento que le parecía un poco raro que la panza creciera tan rápido.

Finalmente nació mucho antes de lo esperado: fueron ocho meses casi exactos. Hoy un monstruo salió de mi.

Esperábamos ver algo tierno, suave, pero no. Es horrible y deforme. Mi marido tuvo que salir al pasillo para recomponerse de las náuseas.

Por Dios, incluso ni siquiera dejamos de cumplir con la religión en ningun momento, ¿cuál será la razón de tal castigo divino? Ese llanto estridente aun me retumba en el oido aunque ha pasado un par de horas del parto. No me deja pensar.

Sin embargo, mas allá de todo esto es nuestro hijo. Recién lo hablamos y juntos como familia decidimos que a pesar de todo lo vamos a amar como a nadie. Y vamos a intentar que sea muy feliz.

Nos acercamos a su cunita lentamente. Las lágrimas verdes de mi marido le cayeron en la mantita de lana. Con mi garra lo destapé para verlo y acostumbrarnos a esa deformidad. A esos dos ojos. A esa nariz tan pequeña. A esa piel rosada sin pelos. A sus solo dos bracitos y solo dos piernitas...

No nos importa. Vamos a darlo todo por su felicidad.


 


— Tienes algo verde entre los dientes — dijo el operador 1.


— Puede ser, acabo de comer una pizza con orégano en el almuerzo — replicó indiferente el operador 2.


Ambos estaban sentados con los brazos apoyados sobre el simulador Sim 488, observando cómo el líder gesticulaba frente a los votantes que ingresaban sin cesar al edificio. Envidiaban profundamente su eficacia en el trabajo, producto de su energía aparentemente ilimitada.


— ¿Sabes? Creo que podría hacer el trabajo que él hace mucho mejor, incluso, si me pagaran un poco más. Al fin y al cabo, convencer a las almas de que voten directamente, sin perder tiempo en el simulador, es realmente sencillo — mencionó el operador 2 mientras se sacudía las migajas de pizza de la túnica blanca.


El operador 1 lanzó una carcajada que hizo llamar la atención al líder.


— No me hagas reír, por favor, que nos va a venir a regañar como siempre. Ni siquiera entre los dos hacemos este trabajo tan eficientemente como él. ¡Sobre todo con tu torpeza! Tus codos nos han causado bastantes problemas ya... — el operador 1 miró el reloj nuevamente mientras hablaba.


— ¿Ya casi es hora de tu almuerzo, no? Ponte a rezar para que no ingrese nadie al Sim 488 hasta que salgas a comer — dijo el operador 2, acariciando la máquina simuladora del tamaño de una mesa. Hablando de rezar... el líder utiliza mucho eso de que es mejor que Dios te guíe en la elección, ¿no?


— Pues, a decir verdad, no lo sé. Pero creo que sí. Son tan inocentes que quizás no se dan cuenta de que pueden elegir lo mejor para ellos en el mundo paralelo, en el mundo "real", como les suelen decir. Si usaran más los Sims, podrían hacer simulaciones de cómo sería su vida dependiendo de la elección. Por ejemplo, qué carrera universitaria elegir, si continuar o no con una pareja. O como ahora, a quién votar para presidente de su país. Son tan afortunados de tener libre albedrío que me da un poco de bronca que no lo usen adecuadamente — dijo el operador 1, haciendo alarde de su gran capacidad explicativa.


El operador 2 se rascó la cabeza, seguramente porque no habrá entendido alguna parte de la explicación. Como en todos lados, hay ángeles inteligentes y ángeles un poco lentos.


El líder interrumpió con su simpatía de siempre, acompañado de un alma de un brillo azul hermoso.


— Estimados, les traigo su primer trabajo del día. ¡Vamos, alegría!


El operador 1 miró el reloj con un claro enojo. El operador 2 notó ese enfado y rápidamente dijo:


— Bienvenida, estimada alma, pase por aquí. — Y con un ademán, la invitó a sentarse en una silla vacía, frente a un panel con muchos símbolos. Gracias, señor líder, podemos seguir sin su ayuda.


El líder le guiñó el ojo y, sin mirar al operador 1, volvió a la entrada.


— Bien, vamos a lo nuestro con rapidez para no hacerle perder el tiempo — dijo el operador 1, con una evidente prisa por ir a su descanso. Este es Sim 488. Lo primero que debes hacer es poner tus datos en la consola, la elección que quieras simular, presionar el botón verde y observar por el visor.


El alma siguió las indicaciones a la perfección. Al presionar el botón verde, la máquina se iluminó suavemente, y un visor se elevó. El alma brilló un poco más, por la expectativa que eso le generaba.


Lo que vio fue la Tierra desde lejos, y gracias a la manipulación de palancas y botones de los operadores, se hizo un zoom a su país. Luego, otro zoom a diferentes zonas. Las imágenes mostraban lo que sería el mundo real meses después de las elecciones presidenciales. El brillo del alma de repente disminuyó: más pobreza, más muertes por inanición, dureza ante las protestas por parte del estado, y por otro lado, inacción total, los ricos haciéndose cada vez más ricos, la gente trabajando más.


Operador 1 y operador 2 se miraron con tristeza, y este último movió el brazo para hacerle una señal a su compañero. Su codo rozó la palanca sin querer, y el zoom fue hacia un hogar, donde había una persona sentada. Una persona hermosa, inteligente y muy interesante.


Una persona que, a pesar de todo lo que pasa alrededor, está leyendo con gusto este cuento.


Fin