“El barco en el cual volvieron (desde Creta) Teseo y los jóvenes de Atenas tenía treinta remos, y los atenienses lo conservaron hasta la época de Demetrio de Falero, ya que retiraban las tablas estropeadas y las reemplazaban por unas nuevas y más resistentes, de modo que este barco se había convertido en un ejemplo entre los filósofos sobre la identidad de las cosas que crecen; un grupo defendía que el barco continuaba siendo el mismo, mientras el otro aseguraba que no lo era.”
-Plutarco, Teseo, 23.1
— ¿Hay alguien para atender? — dijo Santiago asomándose por el mostrador. La ferretería era grande, repleta de productos en exhibición. En el centro de la pared más grande colgaba lo que parecía ser un diploma universitario de médico clínico.
Un señor con muchas canas apareció por una escalera, justo detrás del mostrador.
— ¡Santi querido! ¿Otra vez por acá? — dijo acomodándose unos anteojos sin cristales sobre la nariz.
— Hola Don Ricardo, ¿cómo le va? Sí, vengo a pedirle un repuesto. — El joven se interrumpió por cortesía, pero continuó cuando el viejo le hizo un ademán para que lo hiciera. — Necesito un… un…— Santiago lo miró implorando ayuda con la palabra que, evidentemente, le faltaba.
— A ver Santi, te conozco desde hace más de 60 años. Si querés podés decir esa palabra que todos los ferreteros odiamos.— El joven sonrió.
— Gracias Don Ricardo. Verá, lo que necesito es el coso. El coso de acá.— Santiago le señaló con el índice izquierdo su propia mano derecha. más precisamente la base del dedo meñique, notablemente más amarillenta que el resto de la mano.
Don Ricardo lo miró con profundidad, intentando hacer memoria. Sacó una tablet de debajo del mostrador y comenzó a manipularla mientras repetía “Santiago… Santiago…”. Tras un momento que pareció eterno, miró al joven negando con la cabeza.
— Qué sucede Don Ricardo, ¿no hay coso?.— preguntó bromeando Santiago.
— El coso que estás necesitando es una falange proximal de tu meñique. Y de hecho, tengo muchas y de gran variedad. El tema es otro Santi.— El señor se sacó los anteojos para explicarle mejor. — Llevo cuenta de todos los repuestos que has pedido y son casi la totalidad de tu cuerpo: las piernas, los pies, el torso, la cabeza, todos los has solicitado, y algunas partes más de una vez. —
— ¿Pero no son para eso las ferreterías? Venden partes de cuerpos biomecánicas para poder reemplazarlas en caso de necesitar. Con eso podemos vivir más que lo que vivían antes. Si es por el dinero no se preocupe que… — Don Ricardo lo interrumpió con un gesto de la mano.
— Santi, la única parte de tu cuerpo original es la falange proximal del dedo meñique de tu mano derecha. ¿Entendés lo que significa reemplazarla?— El joven quedó mudo. Era obvio que no lo sabía.
Con lujo de detalles, el ferretero biomecánico (con su matrícula médica correspondiente) le explicó la paradoja de Teseo, que antiguamente era discutida filosóficamente, pero que actualmente ya se había contrastado de forma científica arrojando como resultado que al cambiar la última parte original, dejaba de ser el mismo objeto original. Y era por eso que ese cambio de la falange por un repuesto implicaría dejar de ser Santiago. Básicamente solo sería un ser biomecánico sin alma. Y para agravar la situación, por otro lado, si esa falange original terminaba de pudrirse también dejaría de ser él mismo.
Luego, se limitó a esperar su decisión en silencio.
Santi, inexpresivo, recorrió varias fases mentales. La primera fue el horror de saber que su vida tenía fecha de vencimiento muy cercana. La segunda, fue el intento de buscar otras opciones. La tercera fue la aceptación. En ese instante, entre lágrimas, se enfureció. Descargó su ira contra el mostrador con un fuerte golpe a puño cerrado que hizo retumbar el local. Inmediatamente se desplomó en el piso, con los ojos abiertos mirando perdidamente el techo del local.
— ¡Santi! — Don Ricardo se acercó al cuerpo y comprobó que ese dedo podrido había sucumbido ante el golpe en el mostrador, aplastándose y separándose de la mano.
Santiago ya no estaba allí.
El hombre suspiró tristemente y se agachó junto al cuerpo.
— Un cliente menos.— Se levantó y fue a buscar una carretilla. — ¡Pero muchos repuestos más!—
Y sonrió.
Migue! Nunca dejas de sorprenderme! Un placer leerte
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