De repente, me encuentro en un lugar muy luminoso, donde la luz es blanca y poderosa. Me cuesta adaptarme al resplandor, pero mientras intento hacerme una visera con la mano, poco a poco me voy acostumbrando.
No recuerdo nada, ni siquiera quién soy. Doy un par de pasos y me doy cuenta de que estoy en una ciudad desconocida. No hay edificios, pero hay mucha gente. La gente no tiene cuerpo, pero aún así logro reconocer a algunos. ¿Mis abuelos? No puede ser, fallecieron. Sin embargo, son ellos, y no puedo evitar esbozar una sonrisa.
¿Mi suegro? Tampoco puede ser...
En ese momento, el recuerdo de mi esposa se hace presente, y por supuesto, también el de mis dos hijos.
Y todo cobra un poco más de sentido, porque me doy cuenta de la razón por la cual esas personas no tienen cuerpo. Intento mirarme las manos, pero solo veo un brillo azul intenso.
Intento correr hacia ellos, pero tropiezo con algo que me hace caer. No logro distinguir si la caída es hacia arriba o hacia abajo. Simplemente doy vueltas mientras voy recordando. No sé si por unos segundos, unos minutos o años. Pero mientras caigo, veo mi vida pasar ante mis ojos y repaso todos los momentos: los buenos, los malos, los asombrosos, los importantes... todos. Hasta llegar al inevitable instante donde esta historia acaba, aquel donde estoy en una camilla de hospital, pelado y demacrado, luchando contra un cáncer. Y luego, mi último suspiro.
De repente, me encuentro en un lugar muy luminoso, donde la luz es blanca y poderosa. Me cuesta adaptarme al resplandor, pero mientras intento hacerme una visera con la mano, poco a poco me voy acostumbrando.
No recuerdo nada, ni siquiera quién soy...
Muy movilizador. Emoción plena.
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